Y reconozco que la culpa también es mía. En realidad, es nuestra.
Nos destruimos. Mutuamente y sin piedad. Nos hacemos daño pues es la única manera que tenemos de demostrarnos afecto. Si, nos dañamos pues no queremos que ninguno de los dos rehaga lo que queda de su vida después de lo que hubo entre nosotros. Porque somos cobardes y no nos atrevemos a decir lo que sentimos abiertamente.
Ambos hacemos ver al otro que pensamos que lo que siente es odio, pero son celos. Insufribles, frustrantes y obsesivos celos. Celos por el hecho de querernos tanto, y por no ser valientes para decirlo.