Y es que yo no soy así.
Me doy asco. Es como si no lo pudiera controlar, como si un autómata decidiera por mi, como si no fuese capaz de controlar lo que antes tenía tan fácil arreglo, como si las situaciones siempre me superasen aunque ni ellas luchen por intentarlo, como si el hecho de pensarlo me hiciera daño, como si me corrompiera por el hecho de siquiera imaginarlo, como si la inexistencia de problemas significase fuente de problemas, como si me sintiera impotente ante lo que me pasa, como si lo único que encontrase cálido fuesen mis lágrimas, como si las miles de cosas buenas que me suceden no superasen con creces lo malo, como si estuviese borracha de sentido común, como si quisiera abandonarlo todo, como si el hecho de mirar atrás tornase grises mis ojos, como si mi voluntad hubiese sucumbido a sus d e s e o s, como si viviera solo para eso, como si ya no existiera nada más.
Y eso me asusta, que el corazón sea quién dicte, que toda mi razón no sea capaz de encontrarle sentido, que el lío de sentimientos prevalezca sobre la racionalidad que me caracterizaba, que mi mundo se haya puesto patas arriba, que ahora tengan sentido cosas que antes no. Pero sobre todo, me asusta porque me gusta. Sin razón, sin lógica. Me gusta.
Y no es normal, no es típico en mí.
Pero lo más probable es que ahora mismo, yo sea cualquier cosa menos yo.
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