-Creo que si no estuviera contigo, probablemente estaría con Paula... o tal vez con Rocío. Porque yo siempre consigo lo que quiero.
Y es cierto, lo consigue. Estuvimos tres años luchando por estar o no estar juntos: cuando él me interesaba, yo a él no. Y viceversa, cuando le gustaba, yo no quería saber nada de él. Y así estuvimos danzando durante 36 meses, hasta que por fin coincidimos en querernos al mismo tiempo.
Le miro con el gesto que sé que tanta gracia le hace. El mismo gesto que significa ¿a que viene este comentario? , pero es un gesto sin acritud, un gesto simpático de niña pequeña. Ese es nuestro juego, hacernos los heridos frente a comentarios del otro, comentarios que hacemos completamente bromeando, comentarios que tienen su gracia.
Y se acerca a mí, se pone serio. O lo que él entiende por serio, porque realmente aún no le he visto así. Es hiperactivo, extrovertido, alegre, simpático. De todo, menos serio,
-Pero tú eres mejor. Ellas son demasiado ahhhh... y tú, tú tienes algo especial que me gusta.
Y me quedo mirándole, sin saber que hacer o que decir que pudiera equipararse a eso. Y él tampoco me presiona para que diga absolutamente nada, únicamente nos quedamos mirándonos. Con un brillo especial en los ojos, el brillo que destilan dos personas que se quieren y viven el mejor de los momentos juntos.
Se acerca aún más a mí, y coge mi barbilla entre sus gruesos dedos. Me hace mirarlo desde más cerca, directa y fijamente al marrón de sus ojos, ese marrón que baña continuamente mis sueños. Los segundos pasan más rápido aún de lo de por si ya van, y ese instante dura tanto tiempo que al volver de ese maravilloso lugar que compartimos, creo que han pasado 5 años de mi vida, de golpe. Suavemente, gira mi cabeza hacía la derecha, y me da en la mejilla un beso. Un tímido beso, el mejor de cuantos me haya dado. No por ser mejor o peor, si no por los sentimientos que encierra.