A veces, la impotencia es tan grande.
Verlo, verlo hecho polvo. Que no sonría, que su rostro no esté sereno, que su entrecejo esté fruncido, que su hiperactividad no se contagie pues ni el mismo la tiene, que su felicidad sea efímera o que nunca llegue. QUE NO SEA ÉL.
Pero lo peor es no tener ni idea de como animarlo, no saber que hacer para que sonría, no poder dibujar un atisbo de luz en su cara, no tener ni idea de que podría mejorar su humor ni de que podría hacer para cambiar la situación.
A veces me gustaría tener un superpoder con el que controlar las emociones ajenas, hacer que todo el mundo se sienta pleno, completo y lleno. No vacíos, tristes ni melancólicos. Cambiar el me quiero morir, por la felicidad de vivir, la oscuridad de la noche, por la luz del día; las caras largas, por las caras anchas de tanto sonreír; el no, por el sí; el jamás, por el siempre; la preocupación excesiva, por la responsabilidad serena. Hacer que la gente disfrute viviendo, pues esa es nuestra simple función en este mundo: disfrutar.
Debo añadir que...
soy pésima animando.
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